Oye Tony, ¿por qué
no vienes a jugar fútbol en el
deportivo como en los viejos tiempos?
—Cómo que “como
en los viejos tiempos” Si no estoy tan
ruco mi buen Vengador
—Bueno, bueno, no
estás tan ruco como yo pero tampoco te cueces a la primera hervida.
Y como siempre ahí voy. A pesar que
vivo en la unidad, hacía mucho tiempo que no me paraba por el deportivo. Era
sábado por la tarde. Lo primero que me sorprendió fue que las gradas estaban
desiertas. Empezó el partido. Nos pitó un árbitro con dos pies izquierdos pues
no corría nada y para acabarla de rematar, ciego. No marcaba nada de faltas. A
mí me anuló un gol. En las gradas, los huevones que, con caguamas en mano, le
mentaban la madre al árbitro por cualquier cosita que no marcaba.
Terminó el partido, empezaba a anochecer. Todo el equipo nos fuimos a sentar
a las jardineras y como prodigio divino aparecieron las cervezas. Y ahí
empezaron las lamentaciones: no mi Tony, ya no hay buen nivel de fútbol en el
deportivo; ya ves esos pinches chamacos de ahora ni saben jugar, y con
cualquier lleguecito, la hacen de a pedo; y qué decir del pinche árbitro si era
un pendejo vestido de cebra; ¡no le anuló a usted un gol bien hecho! ; no le digo
que ya no hay buen fútbol; buen árbitro, Saldaña, ése sí era un buen árbitro, corría atrás de la
jugada y marcaba todo.
Ya había oscurecido totalmente pero
para un buen borracho eso no importaba. Seguían apareciendo de no sé dónde las
caguamas. La noche siguió oscuramente avanzando y los humores etílicos ejercían
sus efectos, los cuerpos se hacían lentos, las palabras pastosas y los rostros
demacrados. Yo empezaba a reflexionar profundamente sobre tanta violencia
cotidiana en la ciudad. Cuando, de pronto, una voz pesadamente apestosa
interrumpió: mi querido Tony ya no se haga pendejo y éntrele para las caguamas;
quién sabe cuántas rondas van y usted no dice, ésta boca es mía. Ante esta fina
invitación no me quedó remedio que sacar un billete. Aquél lo miró y después se
me quedó viendo fijamente: ¿a poco vas a querer cambio? —Conteste: No primo,
ahí muere.
Después se fueron formando grupitos de
tres o cuatro y cada loco con su tema. Unos discutían de política: oye qué
presidente tan pendejo tenemos; nada más habla y la caga; otros, de religión:
Dios no existe para qué le hacemos al pendejo; estamos solo y de ahí debemos
partir.
Yo todo hediondo, aún vestido de
futbolista y con caguama en mano, salí sin despedirme de nadie. Al llegar al
zaguán de mi edificio, Fátima, me
saludó: buenas noches profesor. ¡Mire como viene! Ya no se junte con esos
haraganes, buenos para nada.
No se preocupe Fátima, este mundo loco
sigue rodando y yo sin poderme bajar.
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